Se quedó a escucharle por horas, hoy no tenía intenciones de hacerle el amor, solo quería escuchar su voz. Hoy no había alcohol de por medio, hoy solo había dos dolidas personas a solas; que triste y que patético. Y el primer eslabón, el mas miserable, escuchó al segundo, escuchó bien cuando pasó por sus oídos lo mucho que su amor amaba a otro, lo mucho que lo deseaba, las múltiples formas en como fue herido su corazón y que a pesar de eso le seguía amando. Reconoció con terrible asombro el reflejo de lo que sentía, era verse en un espejo. Le siguió escuchando, habló de los mensajes que le envió, hermosas cartas donde se abría como jamás lo había hecho con él, todas las palabras tan tiernas y llenas de afecto que jamas recibió, la envidia le corroía las entrañas, le paralizaba las venas, ya no podía escuchar tanta mierda pero siguió atento a todo eso aunque lo quemará por dentro, se enmascaró la cara con una sonrisa que lo blindaba de mostrar lo que sentía. Y con razón, pues oir a quien amas como ama a alguien mas es algo que te desgarra el alma. Moría por desear ser deseado. Recordó como quería algo así cuando anduvieron juntos y en un breve intento de consciencia alcanzó a decirse a si mismo compadeciendose: "Jamás me amo así, jamas me amo como lo ama a él".
Esa noche fue insoportable, se ahogaba en las llamas del infierno, se quemaba por dentro, pero por fuera era como el hielo, frío y analítico, era un amigo cualquiera. Eso es todo lo que era, eso es lo que siempre ha sido, un amigo, simplemente un amigo, un consuelo de una noche, un paño de lágrimas. Recordó haberle deseado en algún momento su mismo desdichado destino y vió con pena, con ganas de tragarse sus palabras, como ese deseo se le cumplió, esa brasa terminó por calcinarlo. Tenía tantas ganas de escupirse a si mismo, en vez de eso su condena fue escuchar las palabras que deseaba sin tener una de ellas. La tortura continuó por horas, bien podía retirarse pero como masoquista no lo hizo, el papel de sufrido y sacrificado siempre le ha quedado bien. Pero no era eso lo que lo mantenía de pie, mas bien era el dolor ajeno igual al suyo, alguien que lo entendía, dos almas solitarias que se hacían compañía en la desdicha. Ya al final sin nada mas que decir acabaron despidiéndose con besos traducidos en lamidas de heridas, consuelo de idiotas.
Lex
septima...
ResponderBorrar